La Habana, 17 feb (Prensa Latina) Aún hoy muchas personas están atónitas con la noticia de la muerte este domingo del narrador, ensayista y profesor de arte cubano Francisco López Sacha, quien para suerte de los lectores logró escribir su eternidad.
Por Dai Liem Lafá Armenteros
Falleció Sacha en pleno fervor de la Feria del Libro de la Habana, edición 33, en días poéticos, novelescos, de títulos y presentaciones, de maestros y discípulos, en los que el brillo de las letras tiene aspecto bruñido, si se quiere dorado, en los cuales se sentía dentro de su habitat natural.
Y de ese mundo de piedras y siglos que es la fortificación de La Cabaña, que tanto visitó, emergieron, de boca de sus colegas y cercanos, pesares y tributos al amigo que partió.
Me sorprendió su deceso casi leyendo el final de Voy a escribir la eternidad, premio Alejo Carpentier de novela 2023, su última obra publicada y que fue tan elogiada en la edición anterior de la fiesta de la literatura en Cuba, bajo las luces de febrero, y que me autografió antes de concederme una brevísima entrevista en la sala Nicolás Guillén de la añeja fortificación.
Jovial, con una sonrisa que entonces no se borraba de su faz, humildemente disfrutaba de ser una de las personalidades a las que estaba dedicada la Feria el año pasado.
Parecía vestido de eternidad, complacido por mostrar a su Manzanillo natal al mundo, entre Los Beatles, fantasías, héroes, melodías y verdades, revoluciones dentro de la Revolución cubana, en lo que fue su vida y la de otros que coincidieron con él en tiempo y espacio.
«Voy a escribir la eternidad» es la obra más ambiciosa que he escrito, me dijo, y la que creo puede trascenderme cuando ya no esté. A juzgar por su alegría de entonces, nada cerca se vislumbraba ese final. No sonaban las trompetas del adiós para ese perenne narrador, cuentista y orador que me confesó cuando le pregunté qué era para él escribir: «es un dolor muy fuerte que uno tiene que expresar», respondió.
Dolorosa es su partida también. Se extrañará en el mundo de las letras cubanas su forma de ser genuina, directa. De dar vida, a veces mucha y larga vida, a una conversación. Y también a su obra.
Es Sacha sin duda, como lo describen las reseñas, una de las voces más lúcidas de la cultura cubana. Es además, en presente, un prisionero del Rock and Roll y beatlemaníaco consumado, como todo el mundo sabe.
Percibía yo su mente prodigiosa y su verbo altisonante y certero, sobre todo desde sus clases de Técnicas narrativas que impartiera en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, espacio docente compartido con su amigo, el escritor Eduardo Heras León (El chino). Un privilegio gozar de ambos estilos de bordar la enseñanza.
Y a veces, tal como ahora, sorprende la despedida. El vuelo poético al más allá a donde han ido muchos, y llegaremos todos.
Pero Sacha, por fortuna, se ha ido convencido de algo importante: «ya he escrito la eternidad sin haberla escrito. Porque la eternidad es «inescribible». Se escribe la eternidad de tu vida», dijo.